Esta es la primera vez, en toda mi carrera profesional, que incluyo la palabra “propósito” en unos de los artículos que escribo.
No lo había hecho antes porque mi enfoque siempre ha sido más pragmático: me gusta aterrizar los conceptos de manera práctica y de forma utilitaria.
De una u otra manera, la pregunta que dirige mi proceso de toma de decisiones es: ¿qué función tiene esto?
Si no tiene una función específica que genere un beneficio medible, entonces ¿para qué hacerlo o dedicarle tiempo siquiera?
Supongo que, hasta hace unos días, veía el propósito como un concepto difícil de poner en práctica; incluso de comprender – al menos a nivel cognitivo.
Claro, “vivir tu propósito” puede sonar bien pero: ¿qué significa realmente?, ¿cuál es mi propósito?, ¿cómo lo encuentro?, ¿de qué forma puedo estar seguro que lo es?
Las respuestas a todas esas preguntas me alejaban de plantearme seriamente la idea de que era posible alinear mis objetivos a un propósito mayor.
Sin embargo, la semana pasado eso cambió.
Cambió porque descubrí algo que no sabía sobre mí: la mayor parte de mi semana día a día estaba operando de forma semi-automática.
Respondiendo ante las cosas como casi-siempre he respondido.
Dejando que sean mis hábitos del pasado los que determinen mi conducta del presente y – aunque no lo sabía – teniendo un mínimo de libertad de elección sobre mi futuro.
¿Te ha pasado esto alguna vez?
¿Te ha pasado alguna vez que cae la noche y no sabes cómo se fue tan rápido el día?, ¿o te ha sucedido que has llegado a un restaurante – o a cualquier otro lugar – sin haber notado la ruta por la cual pasaste?
O, tal vez, tu pareja te estaba contando sobre su día pero, aunque oías sus palabras, no estabas escuchando realmente y – por temor a aceptarlo – simplemente respondiste con un “qué bueno”.
Todas esas situaciones se dan porque, sin darte cuenta, estabas actuando de manera semi-automática.
En otras palabras, tú no estuviste ahí.
- Tú no estuviste mientras oscurecía.
- Tú no estuviste en el recorrido al restaurante, o al trabajo.
- Tú no estuviste en la conversación con tu pareja.
¿Quién estuvo ahí si no fuiste tú?
Nadie.
Solo tu cuerpo estaba presente, haciendo lo que ha venido haciendo durante años: reaccionando de forma semi-automática.
La pregunta es, ¿en dónde estuviste en esos momentos y cómo llegaste hasta ahí?
Estuviste en tu mente.
Y llegaste a través de tus pensamientos.
¿Has notado que, frente a diversas situaciones en tu vida, “deshabitas” tu cuerpo y te “mudas” a tu mente?
A veces por un instante y, muchas otras, por un laaargo tiempo.
En algunos casos empieza con un simple pensamiento, pero luego se convierte en un espiral en el que le das vueltas a las cosas una-y-otra-vez.
Casi sin querer resolverlo realmente, pues eso significaría dejar de pensar, volver al presente y lidiar con lo que tenemos al frente.
Y es que cuando “nos vamos” a nuestra mente, no solo es porque algo del pasado nos preocupa es – principalmente – porque una situación del presente no asusta.
Nos asusta porque no sabemos cómo procesarla:
- Tal vez no sabes qué preguntarle a tu pareja durante el almuerzo, piensas que no hay nada nuevo que contar y prefieres evitar el silencio – entonces, te vas y tomas tu celular.
- Tal vez estás en una reunión del trabajo y encuentras repetitivo todo lo que se dice, pero piensas que si das tu opinión nada cambiará – entonces, te vas y abres una página web.
- O tal vez, tienes una presentación para un cliente y como la has hecho decenas de veces sabes exactamente cómo comportarte y qué decir para persuadirlo – entonces, te vas y sigues un guión.
- Quizás llega un domingo en el que podrías compartir en familia, pero has olvidado cómo disfrutar el “simple” hecho de estar completamente libre – entonces, te vas y empiezas a trabajar.
“Irnos”, entonces, no es un mecanismo para buscar la solución; es un instrumento que utilizamos para escapar del problema.
¿De qué problema deseamos alejarnos? Del dolor emocional.
Queremos evitar sentir dolor.
El dolor que proviene de situaciones que nos hacen sentir incómodos, aburridos, solos, indefensos, vulnerables, expuestos, decepcionados.
Debido a que no sabemos cómo lidiar con el dolor, preferimos evitar la situación que lo genera.
De ahí que nuestra mayor defensa sea empezar – y no dejar de – pensar, nos quedamos en nuestra mente la mayor parte del tiempo posible porque nuestra mente no puede sentir.
En pocas palabras, nos desconectamos. Nos desconectamos de nosotros mismos para no sentir.
Al desconectarnos, pensamos que podemos avanzar más rápido porque creemos que estamos protegidos del dolor que solía retrasarnos.
Y sí, por momentos parece que avanzáramos a “toda máquina”. Ciertamente, así lo he sentido yo durante gran parte de mi vida.
- Cuando discutía con mi esposa, bloqueaba mis emociones y me enfocaba al cien por ciento al trabajo durante días.
- Podía tener cerca de treinta sesiones en una semana, sin mirar lo que sucedía a mi alrededor ni saber cómo se sentía mi familia.
- Conocía a decenas de personas, intercambiando información pero sin llegar a conocer realmente a una.
Sin embargo, como puedes ver, el costo que se paga es más alto de lo que podríamos imaginar: la falta de conexión en nuestras vidas.
Podemos:
- Encontrar soluciones lógicas a las cosas, pero estará ausente de un propósito mayor.
- Evitar sentir el dolor por un momento, pero también bloquearemos emociones como el amor.
- Decir exactamente lo que las personas desean escuchar, pero dejaremos de lado lo que nosotros queremos decir realmente.
Porque la verdad es que si nos desconectamos de nosotros mismos, inmediatamente perdemos la capacidad para conectar con el resto.
Si nos desconectamos de nuestro entorno, no podemos establecer un propósito para nuestras vidas.
Viviremos sin estar, preocupados sobre el pasado por temor a darle la cara a nuestro presente y poder, finalmente, elegir nuestro futuro.
Yo he vivido desconectado gran parte de mi vida y, la verdad, es quiero conectar conmigo.
Quiero sentir, incluso si por momentos lo que deba sentir es dolor.
Porque sé que solo así podré ser el profesional, persona, hombre y esposo presente que quiero ser.
Lo puse como recordatorio en mi calendario esta semana:
Creo que tú también te beneficiarías de conectar más contigo, por esa razón comparto contigo estas líneas.
Porque sé que estar presente en tu día a día te permitirá disfrutar de mayor plenitud en tu vida.
Y, en esencia, te dará la posibilidad de vivir con un mayor sentido de propósito.
Te deseo un resto de semana -y una vida- con conexión.