En ese entonces estaba trabajando en ventas, tenía una meta por alcanzar pero había un deseo por pasar mi tiempo inspirando a más personas a ser y lograr más.
Recuerdo que me tomó un año y medio decidir enfocarme al cien por ciento en aquello que, aunque me gustaba, no tenía idea de cómo hacerlo funcionar.
Solo había algo dentro de mi que me decía que era lo correcto, lo que me llevó a continuar en ese camino. Empecé a trabajar cada vez más en mi mismo, desarrollándome para mejorar física, mental y emocionalmente.
Recuerdo que durante dos años seguidos me desperté a las 4:30am para hacer mi rutina diaria que duraba dos horas y media, y constaba de:
- 5 respiraciones profundas
- 50 saltos al techo
- 10 minutos de visualización
- 15 minutos de agradecimiento
- 10 minutos de afirmaciones
- 40 minutos corriendo
- 40 minutos de ejercicios con pesas
- 10 minutos de estiramiento
- 1 ensalada llena de verduras
- 10 minutos de lectura
- 30 minutos planificando mi día
Trabajé mucho en mi, leí decenas de libros, compré múltiples cursos y viajé varias veces al año a eventos de desarrollo personal.
Comencé a escribir, grabar algunos vídeos y promocionar la segunda edición de “Vida Extraordinaria” para la cual tardé meses en conseguir a los participantes necesarios, de los cuales al final solo asistieron la mitad.
Un día antes del evento llamé a todos los que me dijeron que asistirían para recordarles el horario de salida del bus. Para mi sorpresa, la mayoría de ellos me dijo que no iría.
Para ese momento no sabia que era importante pedir el pago por adelantado por lo que había invertido veinticinco mil soles en local, escenario, equipos de sonido, alimentación, transporte y mucho más. Sin contar los gastos adicionales en publicidad.
Sentado en el mueble de mi sala, a sólo unas horas de partir me di cuenta que perdería cerca de veinte mil soles ese fin de semana.
Estaba triste y decepcionado, pero decidí enfocarme en lo que sí podía hacer: crear una experiencia de crecimiento para aquellas personas que habían decidido asistir.
“Voy a aplicar en mí mismo lo que quiero enseñar a los demás” – pensé.
Respire profundamente, visualicé el éxito del evento, tome mis cosas y me dirigí al local.
Fue un experiencia inolvidable para las personas, pues encontraron formas diferentes de ver su vida y abrieron nuevas posibilidades para su futuro.
Yo estaba contento de aportar y sabía que, un día, encontraría la forma de hacer que sea rentable para mi. No sabía cómo, solo confiaba que así fuera.
Había estudiado Administración y Negocios Internacionales pero no sabía cómo manejar mi propio negocio. Irónico tal vez, pero muy real.
Pasaron cerca de doce meses más hasta que diera un taller que me generara algo de rentabilidad, aunque solo me alcanzara para comprarme un saco, que hoy es mi favorito.
A partir de ahí he atravesado un proceso lleno de aprendizajes, victorias y momentos mágicos en mi carrera pero, sobre todo, de mucho coraje; pues no ha sido nada fácil.
Siendo honesto, aún no es fácil y tengo la certeza que jamás lo será. Tampoco quiero que lo sea porque aunque he cometido muchos errores en estos años algo nunca he dejado y jamás dejaré de hacer: seguir intentándolo.
Creo que esa es la única razón por la que cada año que pasa veo que, poco a poco, aquello que siempre deseé se va haciendo realidad.
Sé en mi corazón que lo mismo sucederá en tu vida si decides creer en un futuro mejor y pones el esfuerzo, día a día, para crearlo. Solo no te detengas, nunca.