¿Qué hacer luego de perder el control de tus emociones?
Aquella mañana desperté con ganas de salir a correr. Me imaginé sintiendo la energía que me produce estar al aire libre, respirando profundamente y haciendo deporte mientras escucho canciones que me alegran el día.
Y es que el único momento en el que escucho música es al salir a correr.
Puedo pasar doce horas frente a la laptop trabajando sin un solo sonido de fondo, pero no puedo ejercitarme sin escuchar un poco de Rock, Reggae o Pop Latino.
Por esa razón, mi deseo se vio truncado cuando recordé que mis audífonos no funcionaban. Los había roto un día antes, al tirarlos al suelo durante una discusión que tuve con mi esposa.
Yo había estado revisando mi celular cuando Miriam me preguntó “¿qué haces?”. Una pregunta simple que requiere una respuesta simple, ¿verdad?
Ahora yo también lo veo de esa manera, pero en ese momento mi mente elaboró una serie de pensamientos que complicaron la situación:
- “Seguro me está reclamando”
- “¿Por qué no puedo estar tranquilo por un momento?”
- “No tengo porqué dar explicaciones”
Solo me tomó algunos segundos ponerme a la defensiva y, algunos minutos después, exploté – haciéndole un daño innecesario a mi esposa y desatando mi ira con lo más cercano que tenía: mis audífonos.
Evidentemente, no poder salir a correr era el menor de mis problemas. Uno de mis objetivos principales era ganar el perdón de mi esposa, el cual – felizmente – obtuve, luego de expresar mis disculpas sinceras y, en especial, después de reparar el daño causado.
Lo que aún me preocupaba, sin embargo, era que volviera a perder el control de esa manera.
“¿Por qué reaccioné así?” – me pregunté; pero, sobre todo, empecé a pensar en todo lo que me hubiera gustado haber hecho diferente.
- “Debí haber respirado antes de responder”
- “No debí haber tirado los audífonos al suelo”
- “¿Por qué no salí a caminar en lugar de seguir discutiendo?”
Mis lamentos eran un claro indicio que yo quise responder tranquilamente en ese momento pero, la verdad, no pude hacerlo. Y, mientras pensaba en el futuro, sentía miedo de tampoco poder hacerlo la próxima vez.
“¿Qué puedo hacer? Claro, ahora que la discusión ha terminado es fácil pensar en lo que debí haber hecho diferente o mejor». – pensé
«Pero, ¿qué puedo hacer para mantener la calma en el momento exacto en el que estoy a punto de perderla, en especial cuando me enojo tan rápido que no me doy cuenta?” – me pregunté.
Con el tiempo descubrí que no era la única persona que se hacía esta pregunta. Todas aquellas personas que están en búsqueda de un mayor control emocional se encuentran con esta interrogante tarde o temprano.
Lamentablemente, debido a que no cuentan con las herramientas necesarias, se crea un ciclo vicioso en el que a pesar del arrepentimiento y el deseo de cambio, se genera un sentimiento de desesperanza.
Al menos esa es la manera en la que yo me sentí luego de múltiples intentos fallidos de cambio. Afortunadamente, me di la oportunidad de buscar apoyo.
Sabía que la autoayuda me había servido, pero necesitaba que un profesional me ayudara a entenderme mejor.
“¿Qué pensaste cuando tu esposa te preguntó ‘¿qué haces?’?” – me dijo el psicólogo.
Hasta ese momento yo creía que Miriam me había “reclamado”, pero la verdad es que solo me había hecho una pregunta. Yo había interpretado su interrogante como una acusación en cuestión de milisegundos.
“Pensé en que ya estaba teniendo una imagen equivocada de mí” – respondí.
Antes de que el terapeuta me hiciera la siguiente pregunta reflexioné sobre mi aún latente necesidad de caerle bien a los demás, la necesidad de aprobación que me perseguía desde el colegio.
Ingenuamente había creído que, siete años atrás, en el primer evento de desarrollo personal al que asistí, lo había superado con dinámicas de “empoderamiento” o alguna variante de “superación personal”.
La realidad era que no solo seguía presente en mis pensamientos sino que estaba detrás de mis momentos de descontrol emocional. Claro, ¿cómo no iba a explotar frente a una “simple” pregunta que, en mi mente, despertaba uno de mis grandes temores?
Este descubrimiento fue parte del análisis que me permitió empezar a cambiar mi perspectiva
En especial mi perspectiva sobre el significado que tienen las preguntas que me hace mi esposa en un momento determinado.
Ahora, la mayoría de veces que Miriam me pregunta qué estoy haciendo, simplemente le respondo lo que estoy haciendo. ¡Qué logro! – podría pensar alguien sarcásticamente.
Sin embargo, para mí, solo responder esa pregunta – sin juzgar, sin interpretar, sin elaborar una serie de pensamientos abrumadores – es un gran logro.
Un logro que, debo admitir, no siempre consigo; pues algunas veces, el temor de lo que podría estar pensando regresa a mí y, por momentos, me paraliza y, por otros, se convierte en una ira difícil de controlar.
Pero lo más importante de este proceso es que encontré la respuesta que estaba buscando y que muchas personas se continúan haciendo hoy en día: «¿Cómo mantener la calma en el momento exacto en el que estoy a punto de perderla?»
La respuesta radica en comprender que:
La única formar de aprender a responder de mejor manera en el futuro es analizando la forma en que reaccionaste en el pasado.
Y, específicamente, entendiendo las razones detrás de nuestras reacciones impulsivas.
Cuando reemplazamos el arrepentimiento por el análisis y la voluntad de cambio por el entendimiento, podremos crear un círculo virtuoso que nos brinda un sentimiento de esperanza.
Y, sobre todo, nos brinda la posibilidad de generar un cambio de comportamiento real.
Y es que “desear que sea diferente” o, incluso “comprometernos con no volver a hacerlo”, no es suficiente.
Necesitamos tomarnos el tiempo para conocer más acerca de nosotros mismos(as), profundizar en nuestros temores y atrevernos a reconocer nuestras carencias. Para ello, después de cada reacción impulsiva puedes preguntarte:
- ¿Qué hecho específico provocó mi ira? En mi caso, fue la pregunta “¿qué haces?”
- ¿Qué interpretación le di a ese hecho? Yo vi esa pregunta como una “acusación”.
- ¿Qué pensamientos aparecieron inmediatamente después de ese hecho? Mi mente me hizo pensar “ya está pensando mal de mí”.
Al responder estas tres preguntas, podrás tener una perspectiva más amplia de lo ocurrido.
En la situación que puse como ejemplo, yo me di cuenta que mi interpretación no era la realidad. También me di cuenta que estaba asumiendo que yo sabía qué era exactamente lo que estaba pensando Miriam (algo que, como comprenderás, no es posible).
Y también me ayudó a reflexionar en lo mucho que me costaba aceptar la posibilidad de que alguien pensara mal de mi. “¿En qué otros momentos esta resistencia me estaba afectando?” – los descubrimientos seguían apareciendo.
Cada uno de ellos me permitió ser consciente de cuál era mi rol en las discusiones que teníamos y me dieron una pauta sobre qué pensamientos podía empezar a cambiar.
Para ello, sin embargo, necesité de una mirada externa. De la misma forma, si bien puedes hacer un primer análisis tú mismo(a), te recomiendo que, de ser posible, lo complementes de la mano de un profesional.
Al hacerlo, podrás responder cada vez mejor ante las situaciones tensas que se te presenten en la vida y, en especial, podrás cuidar las relaciones que son importantes para ti.
Finalmente, siempre podremos reparar unos audífonos, pero el daño que hacemos a las personas que amamos es, a veces, irreversible.
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